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CUENTO

El orgullo animal

Mariana Luna  |  11 de noviembre de 2014 (20:47 h.)

Fue en el instante antes de ser comido por el lobo, que el conejo Federico se acordó con nostalgia y decepción del pacto que habían hecho los animales del bosque. En ese momento experimentó un profundo pesar, no por saber que su muerte sería en menos de lo que cantaba el gallo Luis; sino porque en él murió el orgullo que había tenido por pertenecer a esa sociedad y no a la otra.

Pocos meses antes, los animales eran felices en el bosque mariano; las arañas tejían hermosas telas y entre todos votaban cuál era la más bella. El oso Rafael salía todas las mañanas a pedirle a las abejas un poco de miel y éstas se la daban con tal que no las abrazaran. Así entre trueques, fiestas y sin nada de rencores transcurría el tiempo en el bosque.

Desde que todos hicieron el pacto, nunca más supieron lo que era el espanto. Fue tanto el respeto y el orden en esa sociedad animal, que éstos llegaron a sentirse superiores a la humanidad. Pero todo acabó ese invierno, cuando de los árboles no hubo ningún alimento. Acabó el amor y empezó la carrera, porque nadie quería ser la presa. 

Federico, el conejo, razonó entonces que después que algunos comieran volvería el orden.

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